Song of my soul, my voice is dead,
Die thou, unsung, as tears unshed
Shall dry and die inLost Carcosa.
— “Cassilda’s Song” in The King in Yellow Act 1, Scene 2
Escale una duna de arena roja, las hay por todos lados… pequeños matorrales y rocas se esparcen aquí y allá, irregulares, resecos, grises, carentes de toda vida. Sopla una brisa cada vez más fría, el sol esta a punto de ocultarse… su hermano, más pequeño, hacía casi una hora que había desaparecido en el horizonte. Una noche a la intemperie en este lugar sería como un Infierno Helado. Habrá que buscar refugio…
Llegue a lo alto del montículo. Esperaba ver más desierto, más muerte… pero no, había una especie de ruinas de piedra ennegrecida, sumergidas en el áspero terreno gracias a las frecuentes tormentas de arena. Debían llevar siglos en ese lugar. O quizás más. A simple vista, parecían simples rocas de formas caprichosas e irregulares; sólo que, después de una observación más detallada, esas formas eran demasiado intencionales para no haber sido construidas por seres con cierta inteligencia y raciocinio.
Había una larga punta, emergiendo de una semiesfera enterrada. A sus lados, diversidad de cortes cóncavos y convexos, que confundían, que alarmaban, pero que parecían habitaciones de seres infinitamente diferentes y aterradores.
Empecé a correr hacia allí. El lugar estaba maldito, se respiraba en el aire… mientras más me acercaba, más pesado se volvía. En mi impaciencia, no había apreciado lo lejos que se encontraba en realidad. El camino parecía infinito y mis fuerzas menguaban a cada paso. Pero no podía detenerme, debía llegar y afrontar lo que sea que aún permaneciera entre esos muros.
… porque, también, entre más me acercaba… la edad de esas ruinas parecía crecer abrumadoramente.
La noche había caído por completo cuando llegue al misterioso lugar. El poderoso viento del desierto se filtraba entre los espacios de sus muros de piedra, provocando un silbido monstruoso y desgarrador… como si una horda de demonios estuviera atrapada en el interior.
Temblé un poco, arrepentida de acercarme en busca de lo que sea que me había llamado. Di pequeños pasos, lentos, temerosos; las ruinas eran ahora veinte veces más grandes de lo previsto, imponían una geometría apenas sugerida por los poetas locos de mi insignificante especie. Cualesquiera que fueran los habitantes originales, no habían dejado estatuas ni grabados con los que conocerles. Sólo una cosa era segura: habían sido gigantescos, en comparación a mi menuda y desvalida figura.
Una risa.
Voltee preocupada hacia atrás. Nada… “algún juego de mi imaginación” me digo, tranquilizándome. Respire con calma un par de veces, analizando mi alrededor, en busca de cualquier cosa. Sombras me asechaban a cada rincón, a cada paso, a cada respiración…
De nuevo. Una risa.
Grite.
Frente a mí, se materializo una hermosa jovencita de tez pálida. No aparentaba más allá de dieciséis años y tenía la misma estatura que yo. Su cabello con ondas pelirrojas recordaba a pequeñas serpientes luchando entre ellas por la falta de espacio. Sus ojos grises me transmitían una profunda intranquilidad. Sabía que no era ni remotamente humana.
Los carnosos labios carmesí se abrieron de imprevisto.
Sólo una palabra salió de ellos; la entendí perfectamente, como si fuera parte de una conciencia universal y se expresara igual en cualquier idioma.
— Carcosa.
Después, todo se fundió en oscuridad.