Viñeta I (parte final)

— Adiós.

Me detengo. No puedo huir ahora. Se me han ido las fuerzas al escucharte. ¿Por qué tuviste que despertar? Por un momento, en ese trance de inconsciencia que te envolvía, fui lo suficientemente fuerte para darte la espalda y hacer como si nada hubiera pasado, como si jamás te hubiera visto.

Ójala pudiera hacerlo ahora.

Ójala pudiera detenerme… detener mi cuerpo necio que se gira hacia tí, detener mis ojos masoquistas que desean verte aún si con ello condenan a mi alma por toda la eternidad.

No puedo.

Lo inevitable siempre será inevitable.

Y mi ser siempre buscará al tuyo, a pesar de las distancias y los sentimientos de culpa y alegría entremezclados. Me haces daño, sí… pero también me haces un bien que jamás antes conocí. Me enseñaste a sonreír sin malicia, a creer un poco en la belleza de un mundo condenado, a tratar de ver pequeñas luces rescatándome de mi oscuridad. Ya es mía. Lo admito. Después de tantos años de estar rodeada por ella, se me ha filtrado en los huesos, desgastándome por dentro.

Recargo mi cuerpo en la puerta. Mi cabeza esta baja, en realidad… sería mejor si nunca vuelvo a verte. Me pones débil y confusa.

Ya no soy lo que solía ser.

O simplemente, jamás llegare a ser lo que alguna vez pude ser.

Caigo. Perturbada y temblorosa.

Vergonzoso.

Ni siquiera te oigo acercarte…

Me tomas con fuerza por los hombros, levantas mi rostro… ¡No! ¡No veas mis lágrimas! ¡Por favor! Tu mirada de hielo se derrite, mostrando la poca inocencia y fe que aún logras mantener. ¡Que milagroso es! Siento como si yo jamás hubiera tenido una infancia, o hubiera creído en algo. Es como si todo mi pasado no me perteneciera. Como si no tuviera más que el momento actual: solitaria, atrapada, dolida, traicionera, fugitiva, incapaz de controlarse a sí misma.

Te acercas hasta tocar mi frente con la tuya. ¿Qué quieres? ¿Terminar de matarme por dentro?

— Quédate conmigo.

… desearía no haberte oído.

… desearía que mi corazón, embelesado, dejara de latir con entusiasmo.